Atribuido a Bernardo Rodríguez (activo en Quito, Ecuador, circa 1770)
"La Inmaculada y la Santísima Trinidad" o "Inmaculada Trinitaria"
Óleo sobre tabla.
51 x 35 cm.
Esta pequeña tabla refleja uno de sus continuados y estimables intereses por los asuntos marianos, tema que le reportó una gran reputación por la calidad de sus obras. Su obra se relaciona con la técnica y el tratamiento estilístico habitual en artistas como Manuel Samaniego. Tuvo este que ser uno de tantos encargos que recibió desde diversas instituciones religiosas. Y fue ese amparo eclesiástico, el que le otorgó unas ventajas privilegiadas para elaboración de lienzos que actualmente podemos admirar en la Catedral de Quito y en el Museo de Arte Colonial o Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Nuestro autor en la presente Inmaculada escenifica un perfecto dos en uno, la economía en el arte, o la conjunción de dos devociones en una sola obra. Dos representaciones pictóricas de las más empleadas en la iconografía hispanoamericana virreinal y concentradas en un solo cuadro: la Inmaculada Concepción, por un lado y la Santísima Trinidad, por otro. Y, conjuntamente, forman este cuadro de una Inmaculada Trinitaria. Ella, ricamente ataviada con las características de la pintura virreinal, porta a su Hijo, hecho Eucaristía y metido en el viril de una custodia, con la que intenta bendecir a los que nos acercamos a contemplarla. La escena es contemplada desde el cielo por la Santísima Trinidad: el Hijo, portando la Cruz (salvación del mundo); en el centro, el Espíritu Santo, que porta su identidad, (lo que es, el Amor o la llama de Amor Viva); y el Padre, a la derecha, como Pantocrátor que lo bendice todo.
La obra que presentamos, comparada con otras obras atribuidas al autor, como la “Coronación de la Virgen con heráldica de familia española” que se encuentra en el Museo Franciscano de Quito, comparte similitudes en el tratamiento de los colores y los detalles decorativos. Al analizar la obra junto con las imágenes comparativas, se observa una continuidad estilística en el uso del azul y los dorados, así como en la representación idealizada y delicada de los rostros, mostrando una serena espiritualidad en la Virgen y un hieratismo solemne en las figuras de la Trinidad.
Bernardo Rodríguez demuestra un control notable de la luz y el color, utilizando una paleta que enfatiza los azules profundos en los mantos y los dorados brillantes en los detalles decorativos. El uso del dorado en las prendas, particularmente en los brocados, destaca el virtuosismo técnico del autor y su capacidad para integrar influencias europeas y locales.
Aunque el formato en tabla limita la escala y el detalle de la composición, mantiene la riqueza simbólica y devocional característica de la escuela quiteña. La diferencia en los medios y las dimensiones revela la adaptabilidad de Rodríguez a diferentes formatos y encargos.
Rodríguez, al emplear un lenguaje visual accesible y emocional, refuerza el papel del arte como herramienta de evangelización y devoción, consolidando la identidad religiosa y cultural de la época.
Esta obra se sitúa en un periodo de intensa producción artística en Quito, impulsada por las órdenes religiosas que promovían una iconografía mariana en el marco de la Contrarreforma. La Virgen María, como símbolo de pureza y mediación divina, adquirió una gran relevancia en el arte virreinal, especialmente en los territorios donde la población indígena podía identificarse con su figura materna.
Bibliografía de referencia:
- Kennedy Troya, Alexandra. (2007). "Arte de la Real Audiencia de Quito, siglos XVII-XIX". Nerea.
- Handelsman, Michael. (2000). "Culture and Customs of Ecuador". Greenwood Press.
- Escudero Albornoz, Ximena y Vargas Arévalo, José María. (2000). "Historia y crítica del Arte Hispanoamericano, Real Audiencia de Quito: (siglos XVI, XVII y XVIII)". Editorial Abya Yala.