Bernardo Rodríguez (activo en Quito, Ecuador, circa 1770)
"San Raimundo de Peñafort"
Óleo sobre cobre.
21 x 16,5 cm.
Atribuida al destacado pintor Bernardo Rodríguez, figura emblemática de la escuela quiteña del siglo XVIII, esta obra refleja su maestría técnica y artística, ejecutada al óleo sobre cobre. La precisión de los detalles y la delicadeza en el trazo sugieren que la obra podría fecharse en las décadas centrales del siglo XVIII.
El dibujo del pintor es sobresaliente, destacando en la composición una organización impecable y un tratamiento minucioso de los detalles.
Comparamos este cobre con las representaciones de santos como San Jerónimo o San Agustín, también atribuidas a Rodríguez y que se conservan, junto a San Ambrosio y San Gregorio Magno, formando la serie de los cuatro Padres de la Iglesia, en el Museo de San Agustín, en Quito (Ecuador). Al hacerlo, se evidencia su habilidad para manejar los dorados con maestría y su capacidad para dotar de vida y grandeza artística incluso a composiciones de pequeño formato como la nuestra. La representación de San Raimundo, además, añade un dinamismo único gracias a su narrativa marítima y la sutileza en los detalles del paisaje.
Asimismo, la pintura de “San Antonio de Padua y el milagro de la resurrección” del Museo Convento de San Francisco en Quito enriquece el análisis comparativo por las similitudes estilísticas y compositivas con la representación de San Raimundo de Peñafort que presentamos. Aunque el soporte de San Antonio es lienzo y prácticamente carece de oros, comparte con nuestro cobre una notable habilidad en el dibujo del santo y un enfoque en la espiritualidad del personaje. La representación del rostro, la postura y el tratamiento de las vestiduras presentan paralelismos evidentes en ambos casos, sugiriendo una coherencia estilística dentro del contexto artístico quiteño.
Dicho contexto está profundamente influenciado por la expansión de la fe cristiana en América y el uso del arte como herramienta evangelizadora. Esta narrativa era especialmente relevante en los territorios virreinales, donde los misioneros enfrentaban desafíos similares. La escuela quiteña, en este sentido, logró adaptar las influencias europeas en un lenguaje visual que respondía a las necesidades espirituales y culturales locales.
Como informa el Centro Virtual Cervantes, "muralista y pintor, Bernardo Rodríguez fue un maestro muy destacado entre los cultivadores de motivos religiosos en el Quito virreinal". Fue un artista amparado durante su trayectoria por la Iglesia, lo que "le ofreció unas ventajas privilegiadas para la elaboración de lienzos como los que hoy cabe admirar en la Catedral de Quito y en el Museo de Arte Colonial o Casa de la Cultura Ecuatoriana". Heredaron su impecable factura discípulos como el quiteño Antonio Salas (1795 - 1860).
La figura de San Raimundo, con un hábito dominico que parece cobrar vida en los pliegues de su tela, se impone en el centro, mientras el fondo marino sugiere serenidad y profundidad con sutiles pinceladas de azul y blanco. Los barcos a lo lejos refuerzan la narrativa del milagro, mientras que los oros del halo y los reflejos en la capa demuestran el dominio perfecto del pintor en la utilización de estos materiales, logrando un brillo que eleva la espiritualidad de la obra, llena de luz y colores vibrantes, como si se abriera una pequeña ventana de cielo. En ella vemos representado a San Raimundo de Peñafort (Penyafort) (Vilafranca del Penedès, 1176 - Barcelona, 1275), un fraile dominico de finales del siglo XII y el hecho milagroso que en su vida se dio. El rey Jaime I —quien recurría a él en su ministerio y buscando consejos— lo llevó consigo en un viaje a Mallorca y, ocultamente, a una mujer con la que mantenía relaciones ilícitas. Al conocer el hecho, Raimundo pidió al rey que la despidiera, pues si no se marcharía. Y, aún cuando se lo prometió, no lo hizo. Incluso dio la orden de que ningún barco lo aceptara a bordo si el fraile lo solicitaba. San Raimundo, entonces, extendió su manto sobre las aguas, y en ese improvisado navío atravesó el brazo del Mediterráneo hasta llegar a Barcelona. Un detalle anecdótico y transformador que enseña cómo la verdadera fe puede mover incluso las aguas más tempestuosas. Doctor en Derecho canónico y civil, fue escogido por aclamación para enseñar en la propia universidad de Bolonia, donde los alumnos eran, sobre todo, nobles y letrados. Este santo dominico, tras una visión de la Santísima Virgen en sueños, cofunda una orden religiosa y militar con su dirigido espiritual San Pedro Nolasco “para redimir a los cautivos en poder de los moros”, la Orden de la Merced. San Raimundo fue llamado a Roma por el Papa Gregorio IX para ser su confesor, capellán y penitenciario. Tuvo parte activa en la introducción de la Santa Inquisición en Aragón. A lo largo de su vida recopiló los cinco libros que se consideraron la colección más organizada de derecho de la iglesia hasta el Código de Derecho Canónico de 1917. Durante una década, San Raimundo se dedicó a escribir antes de ser elegido jefe de la orden de predicadores dominicos, como sucesor de Santo Domingo. Se retiró como jefe de la orden a sus casi 100 años de vida, y se le considera el santo patrón de los abogados canónicos, de la Facultad de Derecho, de los juristas, del Derecho canónico, de los abogados y de los Colegios de Abogados. Murió el 6 de enero de 1275 y fue canonizado por el Papa Clemente VIII en 1601.
Iconográficamente, los elementos de la obra tienen un profundo simbolismo. La capa negra extendida alude directamente al milagro referido y, por otra parte, el paisaje marino, con su horizonte amplio y los barcos que lo atraviesan, introduce un elemento narrativo que enriquece la escena y sitúa al santo en un contexto de superación y esperanza.
Aunque es rara la representación de San Raimundo de Peñafort en América, viene al caso mencionar el retrato del Santo en la Iglesia San Jerónimo de Tlacochahuaya, México y el que se encuentra en el convento dominicas de Santa Rosa de Lima en Santiago de Chile.
En definitiva, estamos ante un pequeño cobre lleno de vida y movimiento, perspectiva y fondo en azul lapislázuli, dominio en la técnica del dorado y el puntillismo, aportando perfección a la figura. Una pequeña ventana enmarcada con pala rizada y sobredorada del siglo XVIII sublima esta composición.
Bibliografía de referencia:
- Centro Virtual Cervantes. (s.f.). “Bernardo Rodríguez”. https://cvc.cervantes.es/artes/ciudades_patrimonio/quito/personalidades/brodriguez.htm
- Herrera, Lizardo. (2010). “La canonización de Raimundo de Peñafort en Quito. Un ritual barroco entre la exhibición y el ocultamiento (1603)”. Procesos, 32, II semestre 2010, pp. 5-32.
- Stratton-Pruitt, Suzanne. (2011). “El arte de la pintura en Quito colonial”. Saint Joseph’s University Press, Filadelfia.