Atribuido a Francisco Herrera y Velarde (activo en Potosí, Bolivia entre 1640 y 1670)
"Santa María Magdalena penitente"
Óleo sobre tela.
169,5 x 124 cm.
Francisco de Herrera y Velarde nació en Extremadura, España y se trasladó a Potosí hacia la mitad del siglo XVII. Discípulo de Zurbarán, su obra se caracteriza por el uso enfático del claroscuro, como observamos en nuestra obra.
La representación de Santa María Magdalena como penitente es una de las más recurrentes en el arte religioso.
El estilo de esta pintura es representativo del barroco andino, con un enfoque en la expresión emocional y una detallada representación de los elementos simbólicos que la rodean.
Santa María Magdalena Penitente simbolizaba el arrepentimiento y la posibilidad de redención, temas muy presentes en la espiritualidad de la época. Según Gisbert, "la figura de la Magdalena fue adoptada con entusiasmo en los Andes, donde se la representaba con frecuencia en actos de penitencia, en sintonía con la cultura devocional promovida por las órdenes religiosas" (1980).
Según José de Mesa, "el cráneo y el crucifijo no sólo aluden a la penitencia y la meditación sobre la muerte, sino que también están cargados de un simbolismo místico que conecta con las creencias prehispánicas sobre la muerte y la resurrección".
Al comparar esta pintura con otras representaciones de la Magdalena en la región andina, como las de Antonio Mermejo o Basilio de Santa Cruz, se observa una similitud en la composición y en la elección de elementos simbólicos. Sin embargo, esta obra destaca por su sencillez y la serenidad que emana la figura de la santa, contrastando con la intensidad emocional más evidente en otras representaciones.
Contemplamos en esta obra a la Santa penitente por excelencia, en plena mortificación de su vida, meditando y rezando ante el Señor en cruz, “aquel que la salvó con sólo mirarla”.
Se reúnen, en esta figura de Santa María Magdalena, tres personajes que aparecen en los evangelios: La pecadora anónima que perfuma los pies de Jesús en casa de Simón (Lucas 7, 36-50 ó Jn 12,3); María de Betania, que obtiene la resurrección de su hermano Lázaro (Juan 11); y María Magdalena, curada de los demonios, que la atormentaban (Lc 2, 8-39).
En la Edad Media se discutió si eran tres mujeres o una sola, pero en lugar de separarla, se le añadió más leyendas, como aquella que cuenta que, después de la muerte de Jesús, viajó a Provenza y vivió en una cueva para hacer penitencia.
María Magdalena es la imagen de la pecadora, por esto se le considera patrona de las prostitutas.
La Contrarreforma fortaleció su imagen en función del sacramento de la penitencia.
En esta obra podemos ver a María Magdalena penitente como una mujer robusta, enérgica, tal como Lucas la distingue, con una fortaleza interior grande, pues había sido curada de algunas dolencias bastante graves (“libera de siete demonios”). Por tanto, se entiende que disfrutaba de una salud radiante, un magnetismo personal de gran resistencia física y abundante generosidad como filántropa.
Arrodillada en actitud pensativa, melancólica y meditativa, María Magdalena contempla a su amado en la cruz.
Viste el sayal ocre característico de la iconografía habitual y luce una larga melena suelta.
Podemos decir como conclusión que esta obra se inserta dentro de la rica tradición artística boliviana del barroco tardío, un periodo en que las representaciones religiosas alcanzaron una alta calidad técnica y una profunda carga simbólica.
Bibliografía de referencia:
- Gisbert, Teresa. (1980). “Iconografía y Mitos Indígenas en el Arte”. Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia.
- Mesa, José de. (2000). “Arte y Cultura en la Audiencia de Charcas”. Fundación Quipus.