Ignacio Chacón (activo en Cuzco, Perú entre 1760 - 1775)
"San Jerónimo"
Óleo sobre tela.
81 x 59 cm.
San Jerónimo fue uno de los santos más populares del arte de la América y la España del Barroco, ya que servía para insistir en uno de los temas favoritos de la iglesia contrarreformista: la doctrina del arrepentimiento y la penitencia.
En esta obra el Santo penitente, de medio busto, mira de frente, interpelándonos y escrutándonos, escuchando el toque de la trompeta que ha de convocar a los muertos el día del Juicio Final.
A veces suele representarse con una pluma y un tintero que dan fe de su dedicación a la escritura, y su papel de creador de “la Vúlgata”. También con la calavera (sobre la que vuela el índice de su mano derecha de “prestad atención” …) sobre un libro cerrado, propia del penitente.
Dulcifica esta ese marco orlado o corona de flores, que rodea su imagen, donde el autor muestra su capacidad de inventiva y su amor por el detalle de muy alta calidad, pese al deterioro visible de la obra.
Esos elementos, calaveras y libros, crucifijo y látigo, eran habituales en los llamados “Vanitas”, un subgénero del bodegón que invitaba a reflexionar sobre la caducidad de los bienes, gloria y ansias terrenales.
La calavera hace alusión a la nimiedad de los placeres de la vida, frente a las certezas de la muerte.
San Jerónimo apenas tapado con un paño púrpura (salpicado de florecillas doradas, muy del gusto cuzqueño a la hora de tratar las telas), hace penitencia, emulando espiritual y físicamente la crucifixión de Cristo.
Otro elemento característico que suele acompañar a las composiciones pictóricas con San Jerónimo es la presencia del león (no en esta obra.) que hace alusión al que el santo habría librado de una espina en su pata, según la leyenda Áurea -posiblemente se trata de una confusión de Jacopo de Vorágine, que atribuyó a San Jerónimo lo que se decía de San Gerásimo.
Ignacio Chacon fue uno de los discípulos más importantes del maestro Marcos Zapata de la escuela cuzqueña del siglo XVIII.
En Cuzco surgió a mediados del siglo XVII una poderosa generación de pintores indígenas, protegidos por el Obispo Manuel de Mollinedo y Angulo, quien vino al Perú en 1671, se hizo cargo de la Diócesis del Cuzco en 1673, y falleció en esa ciudad en 1699. Contribuyó con su apoyo al progreso de la posteriormente afamada Escuela Cuzqueña. Apoyó la creciente actividad de pintores indígenas y mestizos, haciendo que esta pintura se reconociese como nativa, sin estar alejada de la influencia europea y producida por los naturales
Precisamente el mecenas Obispo Mollinedo aparece retratado entre un grupo de personajes de la pintura que representa la muerte de San Pedro Nolasco, de una serie de la vida del santo que realizó para el claustro principal de la Merced del Cusco, algunos con fecha de 1763.
En el Convento de Ocopa (1707) hay también cuadros pintados por Chacón representando la vida de San Francisco y en uno de ellos se puede leer “…estos 4 lienzos se pintaron en la ciudad del Cuzco en el año 1763 y se hizo con la habitual habilidad de pincel del maestro Ignacio Chacón…”. En 1775, junto con Cipriano Gutiérrez fabricó un Arco del Corpus Christi en el que fueron ayudados por Pedro Nolasco Araujo, Andrés Rodríguez, Jacinto Zegarra y con el Inca Hermenegildo Xara.
Su obra está representada en la Iglesia y convento santa Clara y la Iglesia y convento La Merced, ambas en Cuzco Perú, en el Museo Histórico Regional del Cuzco y en el Museo de Arte de Denver, en Estados Unidos.