Escuela novohispana. México. Siglo XVIII.
”Bajo tu amparo nos acogemos”
Pareja de óleos sobre tela montados en un mismo bastidor. Doble versión para llegar a realizar un posible cuadro de Patrocinio.
106 x 79 cm.
Curioso montaje de dos lienzos en un mismo bastidor como un solo cuadro, con un claro paralelismo en ambas obras, con partes copiadas y repetidas en las dos, pero con patrocinios distintos. Podrían tratarse de dos bocetos posibles para una futura obra presentados a un cliente para que este escogiese.
Lo podríamos denominar como "casi bifronte”, pues el carácter tridimensional no está presente en estas dos obras, una no es la espalda de la otra, aunque sí presenta esa bifrontalidad de dos obras paralelas.
Nos explicamos. Si cogemos una auténtica pintura bifronte de ejemplo, como un Ecce Homo, por un lado se representaban cara, pecho y brazos del cuerpo de Cristo y, por el otro, su espalda sufriente, azotada y llagada. De este modo, se pretenía que los espectadores experimentaran la pintura como un objeto tridimensional, gracias a la multiplicidad de puntos de vista (cara y cruz, as y envés, frente y espalda), y así aumentara considerablemente el impacto y fervor religioso.
Sin embargo, en el segundo lienzo de los dos presentados en este único bastidor no se nos habla de su “espalda”, sino de otra versión del tema presentado o representado, lo que se conoce en pintura como un parangueno o paralelo, un manifiesto del pintor a favor de las capacidades de su arte, de las versiones distintas de su posible producción con las distintas imágenes sagradas presentadas, al gusto del que pagará el encargo de dicha obra. Y el que pague la obra, será -al final y en definitiva- el que elija.
El artista, pues, presenta dos versiones de una de las representaciones más populares en el arte novohispano de finales del XVII y de todo el XVIII: el denominado Patrocinio, que nos muestra a San Agustín en uno y a la Virgen del Carmen en el otro, protegiendo y entregando simbólicamente los atributos divinos y su amparo y fuerza a los santos y/o fieles que se acerquen a ellos: el libro de sus reglas (“por ellas te regirás”) y el de un cinturón de castidad, uno de los votos de las órdenes religiosas y principal virtud de los santos (“con él ceñirás tu cintura y entregarás toda tu voluntad y amor al cielo y sus obras”). El cielo (“arriba”) con ese santo y/o la Virgen protegen a las órdenes religiosas (“abajo”), corporaciones y autoridades, (Iglesia y Estado simbolizado en el Rey), a los nuevos cristianos moriscos que se han rendido al cristianismo, a todos sin excepción. Todos se convierten en fieles receptores y principales de sus beneficios celestiales.
En ambos lienzos, la escena se divide en dos mundos perfectamente diferenciados:
En el primer cuadro, el Patrocinio lo ejerce San Agustín de Hipona, obispo sedente, como padre de la Iglesia. Así como él recibió las reglas del cielo (“Tolle et Lege”, toma y lee –“vive”-), él, como representante de la teología eclesial, le dice a Santo Domingo de Guzmán lo mismo, y le entrega las reglas, la verdad (a los pies del cual vemos el perrillo que le trajo el ascua ardiente para vencer la tentación y el orbe); a su lado, el agustino San Nicolás de Tolentino, con el cesto de los pannini, y San Pedro Nolasco, al final, fundador de los Mercedarios.
Con la otra mano, el santo Padre de la Iglesia entrega el cíngulo o cinturón de la virginidad, pureza y castidad a santa Catalina de Siena, dominica y fundadora, a una agustina, quizás santa Clara de Montefalco, y a Santa María de Cervellón, fundadora de la rama femenina mercedaria.
En el nivel terrenal vemos a todos, casi sin excepción, postrados en el suelo: el Estado simbolizado en el rey, que recibe el poder de Dios y del cielo; San Fernando III el Santo; la Iglesia con uno de sus obispos y órdenes religiosas, que se rinden al cielo con ambas rodillas, gesto externo que expresa el mayor signo de sumisión y humildad. Pocos permanecen en pie, a derecha e izquierda, como dos cirios encendidos, los santos de la Orden de Malta con la cruz de san Juan de Jerusalén de ocho puntas en sus hábitos, los santos Hugo y Nicasio.
Se postran también los recién convertidos, los mudéjares o moriscos, otomanos o turcos que se descubren como nuevos conversos.
En el segundo cuadro, la Virgen del Carmen como Reina del cielo con su Hijo, también coronado, entregan su cíngulo o cinturón a san Agustín, ahora de rodillas, que pedía constantemente en sus Confesiones: “dame castitate”. El santo está junto a san Antonio de Padua, que recibe el lirio de la pureza; y las religiosas del cielo, agustinas, que reciben también la fuerza de su virginidad y pureza de la Madre de Dios, para que sean “carmel”: tierra fértil. No olvidemos que el supuesto cíngulo de la Theotokos es una de las grandes reliquias de la iglesia católica, que la misma Madre de Dios entregó, según la tradición armenia y ortodoxa, a los apóstoles en el momento de partir, y que hoy se sigue venerando en el monasterio de Vatopedi en el Monte Athos, Grecia.
Los dos planos, en esta segunda versión, están unidos por dos ángeles que vuelan, “reparten y entregan” ese cinturón a sus fieles seguidores: a San Fernando, el primero, expresamente, el conocido como el Santo ya en vida, por ser “un rey y hombre austero, mortificado, penitente y casto”, y otro cinto lo recibe San Hugo a la izquierda, de la Orden de Malta, con la misma repetición y parangueno del cuadro primero, con los mismos actores en escena, los mismos estamentos simbolizados, y mismas las órdenes religiosas.
En el primer cuadro, la castidad y las reglas quedan en el cielo y son contempladas desde abajo, mientras que en el segundo los ángeles, como mensajeros, entregan al plano terrenal la castidad o virginidad, como el signo principal de la perfección de una persona santa (especialmente de una mujer), a toda una iglesia medieval un poco laxa, amancebada y, a veces, herejizada, muy poco evangelizadora con su ejemplo.
Obsérvese cómo los santos no llevan nimbo de santidad, bien porque los lienzos son primitivos, o bien porque se quiere resaltar como “gloria de Dios” los dos tributos o beneficios regalados: reglas o cinturón de castidad.
En definitiva, son dos telas con dos planos cósmicos bien diferenciados, cielo y tierra, muy propio del arte novohispano de la época. Arriba moran los santos que demostraron con su vida, día a día, las virtudes, sacrificios y ejemplos a seguir; y abajo, los que aspiran a ascender y vivir con las virtudes de los del cielo. Y, siempre según la doctrina cristiana, traspasando constantemente las fronteras de ese cielo, los ángeles, que bajan a ayudar y a proteger a los humanos que aspiran a vivir “Duc in altum” y en una sola carne con ese cielo.