Basilio Santa Cruz Pumacallao (Cuzco, Perú, 1635 - 1710)

“Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría”

Óleo sobre tela. Acompaña de marco en madera tallada y dorada.

205 x 120 cm.

Exquisita obra de Pumacallao, a la manera de Francisco Pacheco, de los Desposorios místicos de Santa Catalina. En el momento pintado, una corte de seres celestiales enviados por el Altísimo, la mismísima Madre de Dios con su Hijo, y un ángel que sostiene la palma del martirio y la rueda dentada con cuchillos o dagas, contemplan y colocan una corona y un anillo en el dedo de la santa, una boda espiritual en toda regla. La escena simboliza esa entrega de Catalina a Dios, materializados en ese anillo de oro que el Niño Jesús, sentado en el regazo de su madre, ofrece a la santa. Este casamiento con Dios ahonda sus raíces en época medieval. En algunas hagiografías, como en el “Flos Sanctorum” del jesuita Pedro de Rybadeneira, las santas vírgenes se convertían en esposas de Cristo en renuncia a lo mundano. Parece que el autor conocía muy bien la obra de Pacheco, su notable rigidez en la composición, su aparente parálisis de instantánea de foto, su exquisitez y fineza en trazos y detalles.  

La composición es totalmente vertical, dando centro a la santa que se impone de forma rotunda, ataviada con ricas vestimentas, en ostentación de su alto rango social, y aderezada con alhajas que se corresponden con la moda suntuaria de la época del pintor, posibilitando cierta cercanía con el espectador. A sus pies, en cartela-escudo, podemos leer quién es la representada, una Virgen y Mártir, los martirios cruentos por los que pasó, y el año de su muerte y lugar de sepultura, el Monte Sinaí: “S. CATHALINA V. M. En Alexandria, imperando Maximino, convenció a cinquenta philosophos; y los convirtio a la fe: por lo que fue aco(s)tada con escorpiones y molida con plomadas, la pusieron en rueda de navajas, que la despedaçasen el cuerpo y degollada, llego a la corona: y los Angeles sepultaron su cuerpo en el monte Sina. A 25 de noviembre, año 307”. 

Fue, por tanto, martirizada en el siglo IV, en época del emperador Máximo Majencio (Maximino en cartela), quien manda a decapitarla tras comprobar que, pese a todas las tribulaciones que le infirió, se siguió negando a sus propuestas indecentes, y —a pesar de todo— siempre resultó ilesa. De ahí la espada que sostiene en su mano izquierda, con la que le cortaron la cabeza. Posiblemente esta obra fue un encargo para el retablo mayor o colateral de un convento de religiosas, para su continua contemplación de la entrega de sus vidas y desposorios con Aquel al que se la regalaron; o una obra para presidir una fortificación o castillete “invocando protección ante la posible muerte súbita”, o para devoción particular de una rica terrateniente que llevara su nombre. 

Basilio de Santa Cruz Pumacallao, junto a Diego Quispe Tito, dominó el panorama artístico durante el último cuarto del siglo XVII de la escuela cuzqueña. Su más relevante mecenas fue el Obispo Manuel de Mollinedo y Angulo (1673-1699), clérigo español que arriba a Cuzco en 1673. Junto con José López de los Ríos y Leonardo Torres, creó las iconografías de los Ángeles y los Arcángeles Arcabuceros, tan característicos de la escuela de Cuzco.

Como indica la Real Academia de la Historia, la carrera de Pumacallao "se inició hacia 1661, cuando los franciscanos del Cuzco le encomendaron pintar doce ángeles e igual número de vírgenes para su iglesia, obras perdidas en la actualidad."

En su obra se percibe una fuerte influencia de la pintura española, pues logra fusionar exquisitamente el barroco español con sus orígenes indígenas, dando como resultado el innovador y único estilo mestizo.

Esta pintura procede de importación, por tanto tiene garantizado el permiso de exportación del Ministerio de Cultura.

Bibliografía de referencia:

- Wuffarden, Luis Eduardo. (s.f.). "Basilio de Santa Cruz Pumacallao". Real Academia de la Historia: DB-e. https://dbe.rah.es/biografias/54763/basilio-de-santa-cruz-pumacallao