Escuela sevillana. Finales del siglo XVII.
"San José con el Niño"
Óleo sobre tela. Reentelado. 125 x 96 cm.
La devoción a San José se incrementó notablemente en la ciudad de Sevilla desde finales del siglo XVI y se consolidó a lo largo del siglo XVII, centuria en la que encontró en el pintor Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682) un intérprete de excepción que le representó en diferentes iconografías en las cuales se puede observar que ha logrado eliminar la distancia emocional y sentimental que reflejaban las pinturas realizadas en las décadas previas a su magisterio. Y es que Murillo tuvo la capacidad de crear una intensa relación entre el Padre y el Hijo, que se vinculan por profundos sentimientos de ternura y cariño. Esta relación entre ambos personajes la supieron mantener sus discípulos e imitadores hasta bien entrado el siglo XVIII. Este cuadro es buen ejemplo y a ello hay que sumar un hecho notable como es que aborda una iconografía bastante inusual dentro del ciclo josefino como es el de la Coronación o Glorificación de San José.
El anónimo pintor, seguidor de la estética murillesca, ha plasmado el episodio en un paisaje rocoso, cerrado en uno de los lados por un vetusto tronco, en el que encuentran asiento los dos personajes principales: San José, sentado al lado derecho mira amorosamente a su Hijo al mismo tiempo que abre los brazos como si se hubiera sorprendido por su súbita aparición. Viste una amplia túnica morada y un manto amarillo abrochado en el cuello, colores clásicos de la iconografía josefina. Ha sido retratado como un joven de barba rala y abundante melena encrespada. Por su parte, el Niño Jesús, situado sobre una roca aparte y más alta, está de pie y mientras nos mira de manera cómplice, de forma que nos introduce en la escena, y bendice a su Padre al mismo tiempo que le va a hacer entrega del ramo de lirios que recuerda su victoria en los Desposorios de la Virgen y asimismo uno de sus atributos más usuales. El Pequeño viste una vaporosa túnica que deja al descubierto buena parte de su rolliza anatomía.
Completan la escena la Paloma del Espíritu Santo situada sobre el ramo de lirios y un rompimiento de Gloria del que surgen dos angelillos que en atrevidas posturas se aprestan a disponer sobre la testa del santo la corona que le glorificará por su papel como Padre Nutricio de la Cristo. Contrasta notablemente la Gloria dorada de la que proceden los ángeles con el cielo de nubes oscuras que favorecen la apreciación de las figuras principales del cuadro y especialmente sus cabezas rodeadas de un nimbo (San José) o de resplandores (Niño Jesús).
El cuadro ha sido ejecutado con pinceladas fluidas y precisas que definen perfectamente los volúmenes tanto de los personajes como del paraje. El colorido por lo general es terroso por ello sobresalen tanto los potentes morados y amarillos del santo y los dorados y rosáceos con los que están concebidos el Niño Jesús y la Gloria con los ángeles. La pintura sería realizada a finales del siglo XVII por un estimable maestro anónimo sevillano cultivador de la estética, modelos y tipos murillescos.
Agradecemos a D. Javier Baladrón, doctor en Historia del Arte, por la identificación y catalogación de esta obra.