"San Jorge". Escultura en madera tallada, policromada y estofada. Escuela española. Primer tercio del siglo XVII.
Medidas figura: 94 x 41 x 29 cm. Medidas totales: 122 x 65 x 39 cm.
Esta curiosa y exquisita escultura de San Jorge venciendo al dragón fue sin duda una imagen labrada para ser dispuesta en un retablo dado que la parte trasera no solamente no se haya trabajada, sino que además no se ha procedido ni a policromarla ni a dorarla, hecho que nos indica que esta parte no iba a estar a la vista de los fieles.
San Jorge fue un soldado romano cuya leyenda, y más concretamente la relativa a su batalla con el dragón, fue recogida en parte por Jacopo della Voragine en su famosa Leyenda dorada. El santo, que posee un canon ciertamente estilizado, ha sido retratado como un guerrero que se encuentra a punto de rematar a su enemigo. Así, se sitúa de pie en una posición ciertamente estática sobre el tórax del dragón, al cual está a punto de matar una vez le clave la lanza que sujeta con ambas manos. Mantiene la pierna derecha ligeramente flexionada para aportar un poco de movimiento a la composición, a lo cual también contribuye la dispar disposición de las manos, que ejecutan una diagonal que finaliza en la boca del dragón.
El santo viste una armadura dorada ricamente estofada, por debajo de la cual se percibe una túnica corta de mangas largas y una capa de pliegues curvados que se sujeta con un broche dispuesto en el hombro izquierdo. El torso va cubierto por una especie thoracata que se ajusta al cuerpo y marca perfectamente su anatomía; de la parte baja penden una serie de pulseras o “torquex”, todo ello en tonos dorados y con una franja de elementos vegetales estilizados pintados a punta de pincel. Los pliegues de la armadura y la túnica están tratados con cierto naturalismo. Detrás del brazo izquierdo se percibe una gran espada con la empuñadura dorada que redunda en su carácter de soldado o guerrero. El rostro del santo, que acusa cierta blandura en las mejillas y en el mentón, se encuentra modelado pormenorizadamente, de suerte que ha captado con detalle cada uno de sus rasgos faciales, así como la frondosa cabellera que rematan en bucles sobre la frente. Llaman la atención los ojos de párpados caídos que parecen dibujar cierto cansancio en su semblante.
El dragón, que se resiste a ser vencido, abre la boca que se encuentra completamente repleta de dientes aserrados y con una lengua bífida. Su cuerpo es una mezcla de diferentes seres: a la cabeza de dragón se suman las alas de un murciélago y la cola serpentiforme con escamas que más bien parece una serpiente con vida propia que se eleva para morder al santo.
El conjunto, y especialmente el rostro, presenta una serie de características que nos permiten fecharle en el primer tercio del siglo XVII. A esta misma cronología nos remite la peana de porte clasicista decorada con dos volutas en cada uno de los lados. Cabría la remota posibilidad de que no se tratara de San Jorge, cosa que dudamos puesto que cuando el enemigo a batir es un dragón de cuerpo entero se suele tratar siempre de San Jorge, otra cosa es cuando esta bestia adquiere al menos una parte humana en su cuerpo, es entonces cuando se trata del Arcángel San Miguel. En esta duda podría abundar el hecho de que en la parte superior de la espalda se encuentra un orificio, presente en numerosas efigies barrocas de San Miguel, en el cual bien pudieron insertarse unas alas labradas de forma independiente del cuerpo.
La representación de San Jorge tuvo su momento de auge desde la tardo antigüedad hasta los comienzos de la Edad Moderna, si bien hay territorios en los que debido a su patronazgo la representación del santo fue continua, se trata, por ejemplo, del caso de los territorios que conforman la Corona de Aragón, cuyo patronazgo procede de la leyenda según la cual en la Batalla de Alcoraz (1096), las tropas de Sancho Ramírez vencieron al enemigo gracias a la milagrosa intervención del santo. Este milagro tiene